Los animales que el dios había creado días atrás, eran estúpidos por naturaleza. Algunos daban algunas muestras de inteligencia, y otros como el babuino estaban totalmente secos de neuronas.
El dios los enseñó a hablar, y pronto los animales tuvieron algunas mínimas habilidades parecidas a las de los despreciables humanos. El perro Reyes por ejemplo, aprovechaba su condición de creado por el dios, y explotaba animales que no tenían sus capacidades. Juntó a algunos gallos que vivían en aquél paraíso y los puso a pelear. Hacía apuestas con los demás animales primigenios y el dios fumaba puros dentro de la granja. Casi siempre la mariposa perdía todo lo que apostaba; hierbas aromáticas, néctar de flores y otras nimiedades. La jirafa y el burro solían competir, pero al final ya no importaba ganar la apuesta por el premio material, sino por el instinto de competencia. Eso al dios no le disgustaba, porque consideraba que cada ser debía desarrollar los sentimientos que guardaba en las entrañas.
El babuino Verdín también perdía, pero a la primera se retiraba del juego, no porque no resistiera ver a los gallos pelear hasta matarse, sino porque no toleraba que el perro le ganara. O cualquier otro animal le ganara.
-Págame la apuesta-. Decía el perro Reyes al babuino que cuando se enojaba siempre hacía la misma cara: cachetes inflamados y ceño fruncido.
-Sí te la voy a pagar-. Respondía el babuino, como queriendo que el perro se olvidara de la deuda.
-Págamela ya-. Inistía el perro Reyes.
-Que sí te la voy a pagar.
-No me pagas nada, págamela ya, te maté cuatro gallos con mi rojillo picotón.
-Te la voy a pagar, pendejo.- Decía el babuino notablemente irritado, y con los cachetes inflados.
-Está bien, si no tienes para pagarmela, me la pagas después.
-¡¿QUÉ?!-. Explotaba el babuino Verdín -Tengo hasta para pagarte tu pinche risa-
Después el babuino se retiraba indignado, derrotado y hasta cierto punto colérico; pero aún así, se iba sin pagar la apuesta.
El burro Fernández, la mariposa Vázquez, la jirafa Guerra y la hormiga Bolio, quien había estado muy ocupado en sus asuntos personales, se reían sin parar de la escena del perro y el babuino.
El dios salió de la cabaña, y a cada animal le repartió un don.
A la hormiga le dio la paciencia, al burro le dio una cosa extraña llamada "valemadrismo", a la mariposa le dio autoestima, al perro le dio valor, a la jirafa le dio la capacidad de la empatía, y al babuino le dio una banana.
-¿Por qué a mí solamente me das una banana dios, si a todos colmaste con dones que los harán crecer como animales?
El dios apartó al babuino de los demás animales y le dijo en voz muy baja mientras le daba otra calada a su puro:-A todos los animales les dí dones, pero a ti te doy una banana, porque así tendrás fuerzas para poder capturar todos los dones. Los demás tienen uno; hay humanos que no tienen ninguno, y no hay ni uno que tenga dos. Entonces si ustedes pueden hacer crecer los demás dones, yo estaré satisfecho de mis creaciones.
El babuino pelaba su banana, y parecía escuchar lo que el dios decía. Dentro de su cabeza, lo único que ahora le intrigaba era "Si pelo la banana entera, ¿cómo la voy a sostener para que no se me ensucie?... Mejor la pelo mientras me la voy comiendo.
El dios suspiró, pero comprendió que si los hombres no entendieron sus palabras en miles de años; evidentemente un babuino con dos neuronas, no lo haría en cinco minutos.